La idea del derecho a una educación básica de calidad igual para todos y de la obligación del Estado de proveerla o garantizarla, no esta instalada con sentido común, pues las expectativas de las familias de las comunidades rurales y marginales, están fuertemente asociadas con su percepción de sus propias características socioeconómicas, educativas y culturales.
Desde el pasado siglo, cuando se dicta la ley de educación obligatoria para todos los niños en edad escolar, y hasta los años sesenta del mismo siglo, realmente la educación poseía esas cualidades inmunizadoras. El paradigma educacional que surge en el país sobre el valor de la educación, permitió el nacimiento y desarrollo de la clase media, la de los empleados de cuello y corbata, de los profesionales universitarios, de los oficiales de las fuerzas armadas, de los técnicos y artesanos.
Esa experiencia maravillosa sobre el papel de la educación en el desarrollo de los pueblos, constituyó el experimento social más grande.
Sin embargo, está ante nosotros, ciudadanos del siglo XXI, un experimento social a la inversa, pues las personas de mayores ingresos pueden matricular a sus hijos en la educación particular pagada y lograr una mejor calidad educacional que permite el ingreso y permanencia en la educación universitaria en las Universidades Estatales. Observe la paradoja: los padres del mejor nivel económico llevan a sus hijos desde la educación media particular, que es cara, a la Universitaria pública, que es incluso más barata que aquella.
Las diferencias que han producido a un padre rico y a un padre pobre solamente puede producir a su vez una desigualdad de contenido social entre el hijo rico y el hijo pobre. La pobreza, al igual que la riqueza, son fenómenos hereditarios.
¿LA EDUCACION PROPICIA LA DESIGUALDAD?