El ser humano, que vive tanto en un mundo exterior como en uno interior, es un instrumento de aquella creatividad cósmica.
Para una buena convivencia no basta con conocerse a uno mismo, hay que conocer a los demás. Hay que conocer sus gustos, sus preferencias personales. Para conocer hay que observar, hay que escuchar, hay que saber interpretar los datos.
La situación se asemeja a dos espejos frente a frente, el corazón y el mundo, en tanto que el reflejo original viene de otra fuente, la Fuente Divina. Pero la elección parece residir en uno de los espejos, el corazón humano.
Los seres humanos tenemos la capacidad de proyectar cualidades sobre las cosas. Un osito de peluche de fabricación masiva y bajo costo, se transforma en un objeto de amor al ser cualificado por el afecto del corazón de un niño. Las cosas pierden o ganan importancia para nosotros en la medida que son cualificadas con propiedades cuya fuente inmediata es el corazón humano.
Si el corazón asume las cualidades de todo lo que lo atrae, su atracción hacia la materia densa del mundo da por resultado un reflejo limitado de la Realidad Divina. En el peor de los casos, el involucramiento del corazón con los aspectos puramente físicos de la existencia dan por resultado las compulsiones familiares del ego: sexo, riqueza, y poder.
Tenemos que ser, sencillamente, nosotros mismos. Las personas más allegadas pueden comunicarnos de mil maneras que somos algo muy especial para ellas. Pero eso sólo habla de su actual disposición respecto a nosotros, y sólo debemos estar agradecidos por su compañía, pero no por su cumplido. En el mismo instante en que nos sintamos halagados perderemos nuestra libertad, porque en adelante no dejaremos de esforzarnos para que no cambien de opinión.
El ser humano casi siempre trata, consciente o inconscientemente, de sintonizar con las reacciones de los demás y marchar al ritmo de sus exigencias.
El ser humano casi siempre trata, consciente o inconscientemente, de sintonizar con las reacciones de los demás y marchar al ritmo de sus exigencias.
Amar a las personas es morir a la necesidad de las mismas, es consciencia, comprensión y sensibilidad, pero esta forma de vida sólo puede surgir de la espiritualidad.
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Amar es penetrar en la otra persona y fundirse en ella. En ese acto uno conoce y se conoce a sí mismo, conoce a toda la humanidad -y a la vez no “conoce” nada. Si tenemos en cuenta que el amor únicamente brota de la espiritualidad, que es consciencia, conocimiento y obras adecuadas, podemos decir, con acierto, que el amor es la única forma que existe de conocimiento.
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