Junto con una base emocional sólida creada por un ambiente previsible
y seguro, los padres deberían dar a sus hijos oportunidades para que ejerciten
la curiosidad y exploren, y para que además intenten vencer los desafíos y
aprendan. Desde el nacimiento, los niños
pueden aprender gradualmente a tolerar y a vencer la frustración.
Los sentidos y el interés infantiles se despiertan cuando un bebé oye
los sonidos de una sonaja brillante y colorida que está cerca de él. Así surgen
sentimientos de curiosidad y de deseo, pero también de frustración. Si sus
intentos por alcanzar la sonaja tienen éxito, aprenderá que puede actuar para
satisfacer su curiosidad y su deseo. Pero lo que es más importante aún es que
aprenderá a tolerar la frustración que acompaña el desear algo y no poder
tenerlo, y se esforzará por conseguirlo.
Supongamos que ese mismo bebé ya tiene seis meses de edad; está
sentado en el piso y ve un juguete que le parece interesante pero que está al
otro lado de la habitación. Tendrá muchos deseos de tenerlo, pero
simultáneamente nacerán en él la angustia y la frustración por no poder
alcanzarlo.
Sin embargo, como la valentía de tolerar tanto el deseo como la
frustración que acompaña al deseo ya están arraigados en su corta historia de
vida, el niño decidirá arriesgarse. Gateará hacia donde está el juguete.
Seguirá sintiendo emoción y frustración a medida que se acerca. Cuando
finalmente sea capaz de alcanzarlo y lo agarre, se sentirá feliz y satisfecho.
Esta importante lección que el niño se enseña a sí mismo es tan importante como
su propia felicidad. Una vez más, aprendió que puede “invertir” en sí mismo,
tolerar la frustración y lograr las metas deseadas.
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